Por Esteban Actis
Artículo publicado por Diario Clarín
<meta charset="UTF-8" />
A principios de la década de los ochenta, el dólar se había fortalecido en relación a las principales monedas de sus socios comerciales. EEUU experimentaba un fuerte déficit comercial y la competitividad de la economía estadounidense estaba fuertemente afectada perjudicando las exportaciones.
Al interior de Washington (Congreso) había presiones proteccionistas y devaluatorias para cambiar ese desbalance del funcionamiento de la economía global. El paralelismo con los días que corren es muy marcado. Trump II sueña con reindustrializar a EEUU y terminar con el déficit (hoy en valores récords) y para eso ha anunciado y aplicado distintos aranceles a sus principales socios comerciales -sean adversarios o aliados. A su vez, necesita imperiosamente una depreciación del dólar para sus objetivos económicos.
Hace cuarenta años atrás, el gobierno de Reagan bajo la conducción del Secretario del Tesoro James Baker tenían dos opciones, intentar resolver los desequilibrios globales unilateralmente con el riesgo de generar sendas guerras (comercial y monetaria) o intentar un esquema cooperativo con otras naciones para resolver aquellos desequilibrios. EEUU optó por esto último y en septiembre de 1985, los ministros de finanzas de Francia, Alemania, Japón, el Reino Unido y EEUU llegaron a un acuerdo en el Hotel Plaza de Nueva York para devaluar intencionadamente el dólar. A ese hecho histórico se lo conoció como el Plaza Accord.
Hoy, Washington vuelve a poner sobre la mesa la posibilidad de un acuerdo monetario. El Consejero de Asesores Económicos de Trump, Stephen Miran, describió en un informe de septiembre del 2024, que la sobrevaloración del dólar era responsable de las ”raíces del descontento económico”. En ese mismo reporte Miran mencionó la idea de un Mar-a-Lago Accord en relación a un nuevo acuerdo en la residencia que tiene Trump en Florida donde el actual Presidente suele desarrollar importantes reuniones y negociaciones.
El gran interrogante es saber si están dadas las condiciones hoy para en acuerdo monetario de este tipo, en un contexto de crisis de la gobernanza, la cooperación internacional y de “recesión” geopolítica.
La central diferencia radica en que China es hoy quien debería estar sentado principalmente en esa mesa negociadora. Antes fue un G5, ahora tiene que ser un G2 plus. Salvo Alemania, ninguno otro actor del acuerdo de Plaza de 1985 es relevante en relación al déficit comercial con EEUU. El gigante asiático casi concentra el 40% de dicho déficit (USD 93 billones de 210) y seguidamente aparecen México y Vietnam.
Sentar a China conlleva la dificultad de lograr un importante paraguas colaborativo en un contexto de rivalidad y competencia por la supremacía global, en un vínculo signado por la desconfianza y las tensiones. A mediados de los ochenta EEUU ofrecía incentivos en el plano de la seguridad a sus aliados para empujarlos a un lograr un acuerdo. Con China en esa dimensión hay poco que se pueda negociar.
A su vez, Beijing conoce cuál fue el resultado para Japón del Plaza Accord. Tokió estaba por entonces en una situación, productiva y tecnológicamente, similar a la que hoy tiene China. Aquel acuerdo alteró para siempre la trayectoria de la economía japonesa, la apreciación del yen japonés contribuyó al estallido de la burbuja de activos de Tokio y a las décadas perdidas de estancamiento económico. China quiere evitar como la “japonización”: crecimiento anémico con deflación.
El escenario descripto plantea un escenario poco optimista para un Mar-a-Lago Accord. Todo parece indicar que Trump buscará modificar los desequilibrios existentes de manera unilateral y transaccional con los aranceles como principal “garrote”. En la dimensión monetaria internacional, al igual que la comercial, habrá poco de acuerdo y mucho de desacuerdo.